«Jack el despatriador»

Uno va caminando tranquilamente en la humedad de la noche y al torcer una esquina, allí se lo encuentra. No importa que vivas en la Whitechapel victoriana, en la medina de Tetuán o a las afueras de Barcelona, él siempre sabrá encontrate.
Para que Jack aparezca se requiere bien poco, tan solo tienes que estar en el lugar que él considera equivocado. Un lugar que tú creías tu casa por el simple hecho de habitarla, pero que en cualquier momento se convierte en un escenario de cuento de terror cuando en el callejón menos inesperado, aparece la siniestra figura de Jack y, armado con su bandera, te asesta de diez a quince puñaladas de enajenación. 

Jack te mata un poco el alma, deja sobre ella una nota que dice “vete a tu casa” y desaparece en la noche en busca de la siguiente víctima.
Todos los que somos emigrantes nos hemos topado alguna vez con esta siniestra figura de “Jack el despatriador”. Da igual si Jack es rubio y habla una lengua teutona o si bien es un africano de dialecto gutural. La puñalada te la llevas tarde o temprano.

Una ventaja de ser emigrante de vocación es que uno el arraigo lo dejó casi con menos esfuerzo que el tabaco. Cada cierto tiempo te entra ese síndrome de abstinencia de raíces y te da por pensar que estarías mejor en el lugar de donde venías. Pero cuando echando la vista atrás no eres capaz de ver tus orígenes en ninguna parte más cercana a la barriada de tu infancia, se te pasan las ganas de desandar el camino. Es entonces cuando uno puede caer en la tentación de pensar que ya llegó al destino donde se puede sentir en casa. ¡Ay, amigo! Para eso está ahí “Jack el despatriador”, para ponerte los pies en el suelo y recordarte que lo pisas no es tuyo.

Y es que para Jack (que ya puede llamarse Johan o Maricarmen) hasta el último adoquín de la calle por donde paseas es de su propiedad. Nada importa si Jack trabaja menos que tú, estafa a la hora de los impuestos o escupe a su diccionario nativo. El derecho de Jack a su tierra le viene dado por la cuna y la voluntad divina de los astros del cielo que lo hicieron nacer en el redil que tú has invadido. Para Jack esa calle es su calle porque está en su ciudad y en su país. En todo caso, de haber algo tuyo en aquel lugar, será una colilla que ensucia su idílico paisaje.
Porque para Jack tú eres el que tira la colilla y, como ella, ensucias la grandeza de algo que él llama patria y que es tan grande, tan grande que tú no cabes en ella.

Nunca antes como en este último año y medio, me encontré con tantos Jacks. Asesinos en serie de arraigos en ciernes que no paran de mandarte a tu casa por el camino que viniste. A Jack no le gustas tú porque tú no eres él, y si encima te atreves a cuestionar la grandeza de esa patria suya, te asciende de molestia desagradable a incómodo estorbo. 

Lo más curioso de todo esto es que a todo asesino en serie le salen imitadores. Así que puedes toparte con multitud de Jacks que visten llamativas pelucas falsas, narices postizas y kilos de maquillaje. Es normal, por otro lado, que quien tanto esfuerzo ha hecho por construirse la patria que no le dio la cuna, no quiera que venga otro que ni siquiera la valora como es debido y pretenda vivir en ella. Lo bonito es que estos Jacks son capaces de “despatriarte” con tu propio idioma o con un exótico acento que hace que, mientras el cuchillo entra en tu alma, se te despierte una simpática sonrisa.

“Jack el despatriador” está más vivo que nunca. Quizás ahora mismo, mientras lees esto, tienes uno sentado cerca de ti. Nunca se sabe dónde acecha porque, cuando no te ataca de frente, es capaz de meter su sangrienta arma en una urna electoral para que la recoja otro con más capacidad de hacerte daño. 

Avisados quedáis. Cuidado con Jack. No os adentréis solos en la niebla . Y esperemos que algún día se caiga sobre su propio cuchillo y se de cuenta de que el dolor que inflige no es más que una tortura estéril destinada a defender algo que, al fin y al cabo, solo está dentro de su mente enferma de psicópata. 

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