La jaula de los tigres (fábula pandémica)

Hace unos días visité el zoológico de Villanueva Variante. Un pueblo desconocido para muchos, pero que alberga uno de los zoos más particulares y curiosos de toda Europa.
La principal peculiaridad de este zoo es que los recintos de los animales están provistos de puertas que los visitantes pueden abrir cuando quieran. Es el sentido común de cada uno el que dicta si está bien o mal adentrarse en la jaula del orangután, de la jirafa o del oso pardo.

Me encontraba allí de visita con mi grupo de investigación independiente: científicos, homeópatas y prestigiosos videntes de diversas partes del mundo. 
Nos paramos frente al recinto de los tigres. Una moderna jaula acristalada que reproducía el ecosistema de la jungla asiática con sus arbustos, palmeras y hasta una pequeña cascada y un río artificial. Quizás por la fidedigna espesura de este ecosistema prefabricado, era imposible avistar a un solo tigre desde los cristales, así que, empujados por nuestro espíritu de investigación, decidimos abrir la puerta y adentrarnos en la jaula.

De los catorce miembros del grupo, siete se quedaron fuera observando desde el cristal. Yo mismo fui de los primeros en entrar.
En los primeros metros solo notamos un aumento de la humedad del aire y un ligero olor a bestia sin más particularidades. No nos tardó en invadir la sospecha de que los tales tigres no existían en realidad y de que se trataba de un cuento chino de aquel zoo para mantener en sus visitantes la ilusión de que un «bicharraco» salvaje provisto de largas garras y colmillos se encontraba más allá del cristal.

Un par de minutos después de adentrarnos por aquella selva de Ikea, comprobamos, por nuestros propios ojos, que estábamos equivocados. Y cuando uno está equivocado, lo admite. Faltaría más.
A escasos cinco metros del grupo nos topamos con un tigre adulto que se revolvía nervioso bajo un árbol. Aún desde aquella distancia, pudimos comprender la razón de su malestar: al parecer un cable de la iluminación del recinto había caído al suelo y el animal se había quedado atrapado, con una de sus patas traseras atada del cable hasta las ramas del árbol.
Esto nos dio confianza para acercarnos un poco más. El tigre se lanzó al ataque, pero, aprisionado por el cable, solo logró alcanzar a cuatro de nosotros. Uno murió en el acto entre sus fauces: la pobre doctora Johansson, eminencia de la homeopatía, que tenía difícil la huída desde su silla de ruedas. Los otros tres recibieron heridas de gravedad. Uno de ellos, diabético y astrólogo de profesión, murió a las pocas horas en un hospital cercano. 

Mientras nuestros compañeros heridos salían del recinto, los tres restantes proseguimos nuestro paseo por la jaula, guiados por la llamada de la verdad que nos empujaba a seguir adentrándonos. De repente, vimos agitarse un arbusto. Por un segundo estuvimos a punto de sucumbir al miedo, pero pronto vimos emerger de entre sus hojas a un pequeño y adorable cachorro.
La pequeña bestia era demasiado «cuqui» como para resistir la tentación de tomarla en brazos y hacernos unas cuantas fotos para nuestras redes sociales. 
El pequeño tigre se revolvía algo incómodo y, a pesar de su corta edad, nos propinó más de un arañazo e incluso algún buen mordisco. Al fin y al cabo, nada grave que no pudiera curarse con un ungüento natural. Por suerte para nosotros, nuestra forma de vida sana nos proporciona un buen sistema inmunitario listo para luchar contra las posibles infecciones que las pequeñas heridas abiertas pudieran producir. Tan solo Hans, maestro del reiki, necesitó ayuda médica posteriormente.

Al fondo de la selva pudimos ver algunos tigres adultos que dormitaban plácidamente sobre un claro de rocas. Por desgracia andábamos mal de tiempo, así que decidimos volver con el resto del grupo para continuar nuestra visita de investigación.

Al salir, nos recibieron con libretas abiertas y miradas curiosas. La conclusión era clara: los tigres no son peligrosos salvo para personas con afecciones preexistentes. En cualquier caso, la probabilidad estadística de acabar en un hospital por ataque de tigre es infinitamente más baja que la de tener un accidente doméstico.
El grupo de investigación recibió con un aplauso mi análisis, así que marché de allí con el orgullo del trabajo bien hecho. Y, ya de paso, dejé la puerta de la jaula abierta en nombre del sentido común. 

1 comentario en “La jaula de los tigres (fábula pandémica)

  1. He flipado leyéndolo, qué forma más elegante de decir algo y convencer de ello, eres un ARTISTA👋👋👋❤️

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