Mañana NO será otro día (Relato)

La última mañana del contínuo espacio-tiempo, el joven profesor Kiran Agarwal de la Universidad de Michigan (o quizás fuese de Massachusetts), se levantó con desesperación de la silla del laboratorio y se dirigió a la máquina de café murmurando fórmulas matemáticas.

Junto a la máquina estaba su compañero John (o quizás fuese Joe) que lo miraba perplejo con una gran sonrisa mientras el profesor Agarwal sacaba su capuchino chocolateado con doble de azúcar y lo removía nerviosamente sin dejar de masticar números y letras entre dientes.

  • Kiran, despierta. ¿Estás en trance?

El profesor Agarwal giró la cabeza hacia su compañero y lo miró fijamente sin dejar su letanía matemática.

  • Lo siento Kiran. Si estás en trance, sigue. Si es una costumbre de tu país, la respeto y la admiro. 

Kiran prosiguió 46´8 segundos más con su particular oración (la exactitud matemática es algo importante aquí en la universidad de Michigan o Massachusetts) y recapacitó un minuto sobre las palabras de su compañero.

  • Hola, Joe (eso es. Así se llamaba). Mi familia es de Chicago, ¿qué coño estás diciendo de un trance? 
  • Viva Chicago entonces. No veo razón para denunciarme ante la universidad. Sin duda, todo este incidente racista, no ha sido más que un malentendido.

A Joe le comenzaba a gotear la frente. Si hay algo que no se consienta en la Universidad de Michigan (decidamos ya esta localización que presenta la ventaja de una ortografía mucho más simple) es un episodio racista, machista, homófobo, gordofóbico, xenófobo, sexista, especista, capacitista, islamófobo, u ofensivo de cualquier tipo abierto a interpretaciones.

  • ¿Qué dices, Joe? Ven, entra conmigo al laboratorio. Tengo que enseñarte algo.

Los dos jóvenes científicos entraron a toda prisa en aquella habitación de olor antiséptico y el profesor Agarwal invitó al segundo a mirar a través del microscopio. Después fue el turno del ordenador. A continuación observaron el sismógrafo, el galvanómetro, el amperímetro, el aparato de melde y hasta el voltímetro y el termómetro.

  • ¿Sabes lo que esto significa?
  • No puede ser, Kiran. Y, sin embargo, todo cuadra.

Joe (que no por citar su apellido deja de ser tan científico y tan profesor como su compañero) invitó a Kiran a entrar en su despacho. Una vez allí, el experto matemático, borró todas las fórmulas escritas sobre su pizarra personal y comenzó a dibujar sobre ella un nuevo baile de cifras y letras ante la atenta mirada del profesor Agarwal.

  • Todo es correcto, Kiran. Tenemos que llamar a alguien. Esto es el mayor descubrimiento de la física desde la formulación de la gravedad.
  • Pero, ¿a quién vamos a llamar?
  • Creo que esto deben saberlo en la NASA.

Tras una nueva comprobación de los datos y una breve deliberación. Kiran buscó el teléfono del Doctor Bakerman, el prestigioso físico, al que conocían por haber sido invitado recientemente a hacer una ponencia en la universidad sobre sus últimas investigaciones.

  • ¿Doctor Bakerman? Soy el profesor Agarwal de la Universidad de Massachusetts (Mierda, pues al final era esta). Tengo que mostrarle un sorprendente descubrimiento que cambiará la historia de la humanidad.

Mientras contestaba el Doctor Bakerman, Joe contemplaba de nuevo, atónito, la pizarra y añadía nuevos números y fórmulas.

  • No señor, es urgente. Muy urgente.

Joe apuntaba nerviosamente a la pizarra con su rotulador y la golpeaba para llamar la atención de su compañero sobre la última cifra que acababa de escribir.

  • Sí, señor. Solo tenemos hasta mañana, por llamarlo de algún modo. Gracias, doctor.

Kiran colgó el aparato y se escurrió sobre la silla como un helado que se derrite por el sol.

  • ¿Y bien? ¿Qué te ha dicho?
  • Recoge las cosas. Nos vamos urgentemente a Texas.

Cuatro horas y veintiún minutos después los profesores Kiran Agarwal y Joe Ammaniti (ese era su apellido) fueron recibidos por el Doctor Edward Bakerman y la Doctora Jannice Ulvisson a las puertas del NASA Center, sito en NASA Road 1, Seabrook, Texas. 

Hechas las presentaciones (doctor, doctora, profesor, profesor, doctora, doctor, profesor, profesor) entraron al despacho de los doctores donde Agarwal comenzó a mostrar todos sus datos expuestos en una improvisada presentación que había preparado durante el vuelo. Al mismo tiempo, Ammaniti copiaba sobre una pizarra las fórmulas matemáticas que había apuntado sobre varias servilletas también en el avión.

Los doctores de la NASA observaron toda la información y cruzaron la mirada en silencio durante un instante.

  • Esto es imposible. ¿Cuál es su opinión, Doctora?
  • Es completamente correcto. Aterradoramente correcto. ¿De cuánto tiempo disponemos?

Los jóvenes profesores discutieron en voz baja durante un minuto y luego repitieron casi al unísono: “hasta mañana”.

Los cuatro científicos repasaron una y otra vez cada uno de los experimentos, resultados y mediciones. El tiempo apremiaba, pero debían estar seguros de lo que iban a hacer. Las evidencias eran concluyentes, así que siendo las cinco de la tarde, el Doctor Bakerman decidió que era hora de llamar a la Casa Blanca.

  • Señor presidente. Me alegro de que pudiera atendernos de urgencia.
  • Ningún problema, Doctor. Ya sabe usted que yo para la NASA siempre tengo un ratito. Muero con la NASA. -contestó el presidente en un tono afable.
  • Señor presidente. Estoy aquí con la doctora Ulvisson y un grupo de profesores de la Universidad de Massachussets.
  • Muero con Massachussets.- interrumpió el Presidente de los EE.UU.
  • Tenemos evidencia de que, a causa de un particular fenómeno físico, mañana…
  • Mañana, ¡¿qué?!
  • Mañana no será otro día, Señor.

El presidente, alarmado, comenzó a recordar todas las películas de desastre que había visto en su vida. Por su cabeza desfilaron meteoritos gigantes, legiones de zombies y monstruosas lagartijas, así como explosiones nucleares y numerosos platillos volantes. Estaba ya a punto de bajar al búnker cuando decidió escuchar la explicación que le ofrecía el doctor Bakerman.

  • Señor, mañana debería ser miércoles cinco de mayo, ¿verdad? Pues esa es la cuestión. Mañana no será un día nuevo. Debido principalmente a una anomalía magnética, mañana será jueves 24 de agosto de 1876. 

A las seis y media de la tarde, todos lo canales televisivos del país (que son bastantes) interrumpieron su emisión para emitir un mensaje urgente del Presidente de los EE.UU a la nación.

  • Queridos compatriotas. Comparezco de urgencia ante ustedes para anunciarles que un grupo de eminentes científicos de la NASA y la Universidad de Michigan (el presidente también tenía problemas con la dichosa palabrita y optó por cambiarla) han hecho, en la mañana de hoy, un hallazgo histórico. Debido a un desajuste magnético en el campo gravitacional del Sistema Solar, mañana no será miércoles 5 de mayo, sino jueves 24 de agosto, de 1876 para más señas. Pido a la población que actúe en consecuencia y se abstenga de ignorar este hecho sin precedentes. América ya vivió un 24 de agosto de 1876 y salimos victoriosos de tal día, así que lo volveremos a hacer. Dios bendiga a América, muero con América.

La sala de prensa de la Casa Blanca quedó en silencio.

  • Ahora contestaré algunas de las preguntas de los periodistas.- añadió el presidente.

El primero en preguntar fue Edgar Brown, del Herald Tribune.

  • Señor presidente. Mi cumpleaños es mañana. ¿Quiere decir esto que no debería celebrarlo? Gracias.
  • Gracias señor Brown.- contestó el presidente. – Efectivamente, la opinión de la NASA al respecto es firme. Mañana es 24 de agosto de 1876, y salvo que a esa fecha se refiera, debería abstenerse usted y toda la población de celebrar cumpleaños en fechas inexistentes. Las personas nacidas el 5 de mayo, quedan exentas de cumplir años hasta la renovación del calendario. 

Otra mano se agitó nerviosamente mientras le cedían el turno.

  • Buenas tardes, señor presidente. Soy Laura Gonzales de Telemundo. ¿Qué ocurrirá con la tradicional fiesta mexicana del Cinco de Mayo?
  • Queda suspendida hasta el año que viene.

La respuesta del presidente causó un gran barullo en la sala de prensa. Los periodistas latinos lamentaban amargamente la decisión, e incluso comenzaron a sonar gritos de “racista” que fueron calmándose cuando le tocó el turno a la última pregunta.

  • Señor presidente. Emil Brokovitz del New York Times. ¿Cuál es la postura de los EE.UU ante la reciente ascensión al trono del sultán Murat V? ¿Cree que EE.UU debería intervenir para garantizar la democracia en el Imperio Otomano?

El presidente se giró buscando inútilmente ayuda en las cara circunflejas de sus colaboradores que se limitaron a encogerse de hombros.

  • No hay más preguntas.- sentenció el presidente marchándose al ritmo de una bonita melodía marcial.

A la mañana siguiente, el joven profesor Kiran Agarwal se despertó en su pequeño apartamento al sur de Boston. Tras darse una ducha y cambiarse, decidió bajar a desayunar a una cafetería cercana de Columbus Park. Había resistido la tentación de mirar su teléfono móvil durante las primeras horas de la mañana. Pidió un capuchino con chocolate y tres sobres de azúcar, un bagel de salmón ahumado con queso crema, y se sentó en una mesa solitaria junto a la ventana donde alguien había dejado el periódico del día. 

La portada de “The Boston Globe” no dejaba lugar a dudas. Bajo su título impreso en letras góticas rezaba la fecha correcta: 24 de agosto de 1876.

La noticia que figuraba en primera plana era clara y previsible: «Hoy no es cinco de mayo». Bajo el titular destacaba el nombre del doctor Bakerman y la doctora Ulvisson, llamando a la calma y asegurando que al día siguiente las cosas volverían a la normalidad y se encontrarían de nuevo a jueves seis de mayo. Un día perdido que en nada debía afectar a la normalidad de los estadounidenses.

Un artículo de opinión arremetía furiosamente contra el supuesto descubrimiento, haciendo numerosas referencias a Einstein. Por otro lado, algunas noticias hablaban del poderío español en Filipinas y de la derrota del ejército estadounidense contra los indios Sioux en Little Bighorn. 

El profesor dio un sorbo a su azucarado café para intentar despejar su confusión y pasó las páginas con velocidad hasta llegar al crucigrama, pero el anterior dueño del periódico se había ocupado de rellenarlo ya, para su decepción.

Desde la ventana de la cafetería, el rumor de los coches, el caminar apresurado de la gente, y el sol que calentaba su cara con temperatura aún primaveral, parecían empeñados en no dar ninguna relevancia a la nueva (en realidad, vieja) fecha que marcaba el calendario.

Nadie parecía dar mayor importancia a su increíble descubrimiento. Por un momento sintió alivio de que su nombre no figurara en las noticias. Después de todo, si la gente quería tomárselo a broma, no sería él quien insistiera en la relevancia del acontecimiento cósmico que estaban viviendo. 

Terminado el desayuno, salió de la cafetería saludando a la camarera como cada mañana sin esperar un saludo a cambio. “Hasta luego, gracias”, sonó el eco de la respuesta desde el otro lado de la barra. Pensó si este gesto de amabilidad se debía a la recuperación de una educación propia de otros tiempos.

Ya en la calle, de camino a la Andrew Station para tomar el metro, sintió una ligera angustia al pensar en que el aire que respiraba no era el aire de un nuevo día, sino el aire contaminado de una época anterior. Oxígeno de segunda mano. Apunto de entrar en la estación, alzó la vista y contempló un cartel publicitario que había sido retocado burdamente con pintura aún fresca: ¡Viva México!. ¡Viva el 24 de agosto!

El doctor Agarwal se tranquilizó un poco al fin. Mañana será otro día.

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